NAVEGANDO SOBRE DOS AGUAS
Infancia. Caudales de imaginación desbordada que bañan sin mesura los juegos de patio. Que calan las voces de amigos invisibles que susurran dulces confidencias, que acabarán enterradas en el tiempo.
¡Bendita y añorada infancia! – exclamé para mis adentros mientras me deleitaba con las travesuras de una pareja de hermanos que se revolvían en sus sillas, ante la evidente desesperación de sus padres.

Los niños, fuente inagotable de imaginación. Y como decía Bécquer, el que tiene imaginación, con qué facilidad saca de la nada un mundo. Sin embargo, la imaginación como única respuesta a cuestiones que deberían ser resueltas por los adultos, puede llegar a convertirse en un foco de peligrosa inestabilidad para un niño.
Advertía también Boris Cyrulnic que el horror de lo real tiene una esperanza, pero el horror de lo imaginario es total. Aún con más razón, ese desconocimiento se materializa en sombras tenebrosas si hablamos de población de menores adoptados.
Las hipótesis realizadas por un niño o niña entorno a sus orígenes biológicos, pueden llegar a convertirse en un problema que aflore en las diferentes etapas evolutivas de su vida adoptiva. En la percepción de sí mismo, en la concepción de su propia identidad, en la convivencia familiar, en su rendimiento escolar, en sus futuras relaciones interpersonales … No trabajar debidamente y de forma continúa la condición adoptiva puede llegar a dañar su autoestima, causando un socavón difícil de henchir en un futuro.
Cuando se trata de un niño que de ninguna manera puede ser criado en un ámbito familiar en su país de origen, la adopción internacional puede resultar la mejor solución de carácter permanente siempre y cuando se cumplan las normas y principios del Convenio de La Haya relativo a la Protección del Niño y a la Cooperación en materia de Adopción Internacional de 1993.
Pero lastimosamente, las adopciones internacionales aún continúan siendo cuna de prácticas relacionadas con la adopción forzosa, que hacen prácticamente imposible el retorno del menor sobre sus propios pasos al acudir en busca de sus raíces.
Debido a esto, muchos niños se ven privados de algunos capítulos de su historia personal. Capítulos imprescindibles para entender el todo de su línea de vida. Esta laguna en su memoria puede sumirles en una profunda sensación de no pertenecer a nada ni a nadie. Niños que se sienten «sin historia».
La dilatación en el tiempo a la hora de abordar los aspectos del abandono, la negativa o el simple desconocimiento que invade a las familias biológicas entorno a los orígenes del niño o niña adoptado, impiden que éstos se concilien con su pasado. ¿La consecuencia de este vacío devastador? Un tropel de criaturas que viéndose incapaces de afrontar su condición, optan por negarla. O lo que es lo mismo, negarse a sí mismos.
Rescatar del pasado el legado de los donantes, significa partir en paz hacia el futuro. Libre de cargas. No debemos olvidar que la identidad de los niños y niñas adoptados es única, pero goza de una doble aportación: el legado biológico, y el legado de identidad social.
El poder acceder a la información sobre sus orígenes, es un derecho que prima incluso por encima del derecho a la intimidad de las familias biológicas, y así se ha quedado plasmado en reciente jurisprudencia.
Imprescindible reseñar que la adopción internacional debe ser concebida como el último recurso que ponga en funcionamiento
Que este post sirva de reflexión para los lectores, quienes seguramente han sigo testigos alguna vez de situaciones cotidianas y frecuentes (sin ir más lejos, una crisis matrimonial o de pareja), en las que los niños han sido utilizados como moneda de cambio, arma arrojadiza o incluso escudo humano por quienes deberían protegerles por encima de todo.
Como dice P. J. Toulet, los niños están continuamente ebrios; ebrios de vivir. A lo que yo añado: ebrios de vivir en plenitud su infancia. Sin que nada ni nadie les perturbe. Arropados por el calor de un verdadero hogar.
Estoy de acuerdo en algunas cosas y discrepo en otras. Es verdad que inevitablemente el niño adoptado suele sentir que ha sido «abandonado» y eso supone que se le puedan plantear multitud de dudas e inseguridades. En todo caso, desde el punto de vista de mujer adulta, creo que la adopción no es un abandono. No seré yo la que juzgue a la mujer que da en adopción a un hijo: son tantas las circunstancias que pueden hacer a una madre verse incapaz de criar a un hijo… El aborto es de tan fácil acceso a día de hoy que, francamente, veo la adopción como un acto de generosidad para con el hijo al que no se quiere o puede mantener por las circunstancias que sea. Hace dos días leíamos en prensa la mujer que tiró por la bajante a su hijo recién nacido, inevitablemente pensé cómo no lo había dado en adopción con la cantidad de parejas (y solteros) deseosos de adoptar.
Sinceramente, veo mucho más egoista la actitud de aquellos progenitores que dejan a sus hijos a cargo de las instituciones públicas sin consentir que adopción, de manera que los niños se pasan su infancia entre centros de menores y familias de acogida (que podrán ser bueníismas) pero donde no pueden echar raíces. Son niños que viven su infancia permanentemente bajo una condición resolutoria: niños sin posibilidad de labrarse un futuro.
La sociedad tendría que dejar de ver el «dar en adopción» como algo negativo.. Soy la primera que me encantaría que todos los niños fueran deseadísimos y las madres tuvieran de medios y apoyos para criarlos pero esa no es la realidad.
Por otra parte, creo totalmemte que la familia del menor adoptado es la adoptante: la que le ha criado, le ha cuidado, educado, formado… La familia biológica sólo ha determinado la carga genética (y la psicología moderna ha puesto de manifiesto, en contra de los deterministas, que los genes no determinan tanto como se creía, que somos nosotros los propios arquitectos de nuestra vida), nada más! No veo la necesidad de volver a sus orígenes ni insistir en que son niños sin pasado, lo que importa es que son niños con presente y con mucho futuro. No creo que sea lógico ni beneficioso ocultar a un niño su condición de adoptado pero tampoco veo positivo fomentar que viva entre dos mundos: el biológico y el adoptivo.
De verdad crees que es más importante el de dónde venimos que el adónde vamos?? hay que aceptar los imposibles y luchar por los posibles! Hay que aceptar que se es adoptado porque es la realidad y nada va a cambiar eso (y fracamente, no creo que ser adoptado te haga mejor o peor), en vez de rejurgitarse en lamentos, «what ifs» y dudas..
Saludos!
Por otra parte, añadir (se me había olvidado) que desgraciadamente he visto muchas veces como niños son moneda de cambio, pero en caso de rupturas de pareja… nunca los he visto como víctimas en las adopciones y tengo cerca mío muchos casos, tanto nacionales como internacionales.
Lo primero de todo, muchísimas gracias por compartir.
En primer lugar, empiezas diciendo que «es verdad que inevitablemente el niño adoptado suele sentir que ha sido “abandonado” y eso supone que se le puedan plantear multitud de dudas e inseguridades», y seguidamente entras a valorar las circunstancias que motivan el dar en adopción a un hijo «no seré yo la que juzgue a la mujer que da en adopción a un hijo: son tantas las circunstancias que pueden hacer a una madre verse incapaz de criar a un hijo», las cuales aquí no se juzgan.
En este post no se están analizando los motivos que llevan a una madre a dar a su hijo en adopción, que son lícitos y respetables desde cualquier punto de vista, pues no somos quien para valorar las circunstancias de ninguna persona que toma una decisión de semejante calibre.
Aquí lo que se está comentando, no es otra cosa que los sentimientos que se gestan en la mente de un niño que ha sido adoptado, su percepción personal de su condición adoptiva y sobre como debe trabajarse ésta en familia durante sus diferentes etapas. Estamos hablando de esa débil llamada, que con los años puede hacerse más intensa, y que te invita a saber, a conocer más. Y es que a veces es cierto eso de que «la sangre tira». Lo que no significa que ese niño ( o ese ya adulto ), no ame por encima de todo a su familia adoptiva, su verdadera familia, la de corazón.
Coincido contigo en que es injusto someter al niño o niña a un limbo afectivo, sin permitirle echar raíces en un lado u en otro. Coincido también en que la «verdadera» familia, es la que de las noches en vela cuidando una fiebre, la del roce diario, la que comparte, la que sufre y ríe. Y es aquí donde rememoro mi artículo «las madres no nacen, se hacen» que escribí recientemente y que viene como anillo al dedo con esta temática.
No demonizo la adopción. Todo lo contrario, pues me dedico precisamente a ayudar a familias a conseguir materializar su deseo de ser padres y madres. Sin embargo, si que abiertamente denuncio el que se hayan cometido tantos atropellos y prácticas deshonestas encubiertas tras la figura de la adopción y con la excusa del «interés superior del menor», que todos sabemos muchas veces no ha sido la prioridad absoluta.
La adopción no deja de ser una solución de última instancia cuando el menor no tiene posibilidad de permanecer en su núcleo familiar directo o extenso. El abandonar tu tierra, y dejar atrás tus raíces, sobre todo en niños más mayores -aunque siguen siendo niños-, acarrea una serie de consecuencias a valorar. Es por ello que se deben probar otros mecanismos menos gravosos, siempre que sean lo más aconsejable a las circunstancias de menor.
Después de releer tu comentario, llego a la conclusión de que aunque expresado de maneras diferentes, compartimos un fondo común y un claro interés por la protección de la infancia, y lo celebro.
Muchísimas gracias por compartir y por dedicar tu tiempo a leer este post. Recibe un abrazo afectuoso.